Donde nace la oscuridad

Todavía no sabes bien si tomártelo a broma o no. La sola idea de que haya muertos caminando por ahí tan ricamente te parece risible e inquietante a la vez. Tanto en el caso de que fuese verdad como en el que fuese producto de la imaginación de aquel par de chiflados, consideras que llevarles la contraria no es la mejor opción. Al fin y al cabo llevan lámparas. Lámparas con manchas de sangre y carne semipodrida, por cierto. 

—¿Y qué deberíamos hacer, según tú? —inquieres. 

 —Ir a donde está la raíz del asunto y acabar con todo —Félix sigue ensimismado hablando en tono de héroe. Hasta ha desenfocado la mirada hacia el infinito y fruncido el ceño mientras suelta su charla —. Sólo nosotros podemos hacerlo; somos los elegidos. Tenemos que ir al cementerio, pues de allí es de donde surge todo este mal. 

 —¿El cementerio? Estás tarumba —interrumpe Jerón—. ¿Para qué vamos a ir al cementerio? 

 —En el cementerio están enterrados los muertos—razona. 

 —¡Por eso mismo! ¿Quieres que nos demos de morros con un batallón de tíos podridos con ganas de comerte a besos? Si yo fuera una fuerza maligna y quisiera resucitar a los muertos no me instalaría en un cementerio. 

 —¡Pues yo haría justo eso! ¿No es donde están todos los fiambres? ¿Para qué irse a otra parte? Venga, tío, hay que ser valientes. 

 —Yo secundo al detractor del champú —sostienes. La idea de acabar en un cementerio en una noche tan siniestra como ésta no te atrae mucho. 

 —Bueno… Tampoco tenemos muchas más opciones. Venga, me apunto —accede Jerón un poco reacio. 

—¿Qué? ¡Pero si te estaba apoyando! ¡Éramos un equipo con mayoría! —protestas. 

 —Bueno, pues te aguantas —replica él—. Mi primo me ha convencido. ¡Rumbo al cementerio! ¡Fuerza y honor! 

 —¡Fuerza y honor! —apoya Félix. Ambos echan a andar hacia la boca de la callejuela, dejándote atrás. 

 Te planteas la idea de dejarlos ir y dedicarte a ir a lo tuyo. Pero los extraños quejidos que empiezan a sonar desde un contenedor bastante cercano avivan el canguelo en tu interior. 

 —¡Está bien, esperadme! —te apresuras a corretear tras ellos. La gabardina te dificulta un poco la tarea —. ¡Fuerza y… comosiga!