No hay médium que valga

El camino al cementerio, situado en un punto intermedio entre las zonas alta y baja, sucede sin incidentes remarcables. Si no tenemos en cuenta los dos encontronazos con un par de personas tambaleantes que intentaron comeros vivos, a quienes los dos primos lamparearon sin piedad mientras tú te refugiabas en la esquina más cercana a aquel festival de carne mugrienta y sesos. Aparte de eso, sin incidentes remarcables. Y tu gabardina no se ha impregnado de ninguna sustancia desagradable extra. 

Y, al fin, llegáis. El cementerio, rodeado de un muro de piedra coronado con un enrejado oxidado y puntiagudo, contiguo a la desmejorada iglesia de San Tílope, yace en completo silencio. Por encima de las vallas alcanzáis a ver dos o tres cabezas de estatuas y las puntas de algunos cipreses. 

—La puerta está por el otro lado —indica Félix en un susurro —. Últimamente nunca la cierran por las noches. 

—¿Vamos a entrar por la puerta tan campantes? ¿Y si hay algo peligroso dentro, qué? —duda Jerón —. No sé yo si las lámparas darán para tanto, ¿eh? 

—Pues yo me niego en redondo a trepar por ahí como un mandril —rehúsas con vehemencia —. No se me ocurre ninguna pérdida de la dignidad más absoluta. Andando, a la puerta. 

—Pero… 

—¡A la puerta he dicho! Si queréis entrar al cementerio entraremos al cementerio, pero deprisa. Ya empiezo a cansarme de ir de un lado para otro. Parece que ésta noche no se va a acabar nunca. Maldito Misterigmáticus y maldita calabaza sorpresa… 

Mientras echas a andar junto al muro exterior del cementerio te parece ver por el rabillo del ojo cómo Jerón y Félix se miran mientras el primero gira el dedo índice junto a su sien, pero no te detienes a comprobarlo. 

Los tres rodeáis la valla hasta dar con una puerta de metal oscuro. Se encuentra entreabierta, sin ningún tipo de candado ni cerradura. 

—Vamos adentro —indica Félix entre susurros —. Pero no hagáis ningún tipo de ruido… 

Te metes en el papel y sigues a los dos primos al interior del cementerio caminando de puntillas. Está muy oscuro allí, de modo que, a la luz de las escasas farolas que iluminan a duras penas el lugar, sólo puedes distinguir la silueta de algunas lápidas y nichos. Las esculturas prefieres no mirarlas fijamente; no dudas de su calidad artística, pero no resultan muy tranquilizadoras. 

—¿Por dónde buscamos ahora? —pregunta Félix en voz baja, examinando los alrededores. 

—Tú eras el que decía que viniésemos aquí, así que tú sabrás —le reprendió Jerón, pero acto seguido propuso —. ¿Miramos por la zona de allí, pegada a la pared de la iglesia? 

—Eso, vamos a mirar por donde está más oscuro —dices. En seguida te das cuenta de que no han pillado el sarcasmo, porque los dos asienten con la cabeza y empiezan a caminar hacia allá. Estos jóvenes de hoy en día están atontados, no se percatan de la realidad. 

Tumbas y más tumbas. Allí no hay nada raro. Intentas comunicárselo a Félix, pero cuando te acercas a él se gira rápidamente y tienes que agacharte para que no te de un golpe con la lámpara en toda la frente. 

 —¡Eh, mirad eso! —exclama alarmado, y echa a correr hacia una lápida. Jerón y tú os miráis y lo seguís con el corazón en un puño. 

—¿Qué pasa? ¿Qué? 

—¡En esta tumba pone mi nombre! —exclama angustiado Félix. 

—¿Tú estás tonto? ¡Ahí pone “Felisa Gómez”! ¡Felisa! —su primo le da una colleja. Se la tiene merecida. Casi te parte la cabeza en dos con la lámpara. 

—Anda, es verdad. De lejos me había parecido… 

Entonces, de pronto, una voz reverberante resuena a vuestras espaldas: 

—Acabáis de profanar un territorio protegido por nuestras ánimas… 

Te giras rápidamente. Esa voz es tan extraña que te hace cosquillas en la caja torácica. El hombre que se ha dirigido a vosotros os contempla fijamente, ataviado con un elegante conjunto de traje, sombrero de copa y guantes negros. Su indumentaria es excelente, sin embargo no puedes admirarla bien debido a que ese señor es algo transparente. De hecho, puedes ver objetos a través de él. 

—¿Disculpe? —le dices al hombre, pues no has entendido qué quería decir. Los dos elementos a tu lado han enmudecido al ver al individuo, seguramente intimidados por tan alta clase. 

—La entrada a la morada del Ente es sagrada —recita el hombre como en un trance. Poco a poco, por todos los alrededores comienzan a hacerse visibles sombras grisáceas que, lentamente, van tomando formas humanas translúcidas. Todas os observan —. Nosotros, el Guardián del Cementerio y el resto de las ánimas, la protegeremos con el poder obtenido más allá de los límites entre la vida y la muerte. Decidnos la clave y os dejaremos entrar. Desafiad nuestro poder y sufriréis las consecuencias. 

—¿El Ente? ¿Qué Ente? ¿Y qué es eso de la clave? —inquieres —. Oiga, señor, disculpe las molestias pero creo que se ha equivocado. Nosotros estamos aquí por error. No pretendíamos interrumpir vuestros quehaceres nocturnos, solamente… 

El grito de Jerón te interrumpe: 

—¡Tío, que estás hablando con un fantasma! ¡Todos son fantasmas! 

—Así es —retumba la voz del hombre con sombrero de copa —. Decidnos la clave o sufriréis un horrible final… 

—¡Pero si no sabemos la clave! —se queja Jerón —. No sé… ¿Cuál es el nombre de tu mascota? 

—Da igual, ¡vamos a probar al azar! —propone Félix — ¿1-2-3-4? 

—¿4-8-15-16-23-42? 

—¿Mellon

—¡Ya está bien! —irrumpe el hombre transparente con un torrente de voz de ultratumba —. Todas vuestras respuestas son incorrectas. No sois de nuestro bando. ¡Salid de este cementerio para siempre en este mismo momento o lo lamentaréis! 

 El resto de personas transparentes abandonan su estado de quietud. De pronto se acercan a vosotros flotando con lentitud, emitiendo espeluznantes sonidos guturales.